El Gobierno chino impone restricciones de visados a funcionarios estadounidenses en respuesta a lo que califica como intromisiones graves en sus asuntos internos. El gesto revela no solo un conflicto diplomático, sino también el desgaste de la narrativa occidental frente a una multipolaridad creciente.
Pekín ha devuelto el golpe. Este lunes, el Ministerio de Relaciones Exteriores de China anunció restricciones de visados contra funcionarios estadounidenses que, según sus palabras, han tenido un comportamiento “atroz” respecto al Tíbet. Con esta decisión, el gigante asiático no solo responde a sanciones similares impuestas desde Washington, sino que reafirma su rechazo frontal a cualquier intento occidental de intervenir en sus asuntos soberanos. El mensaje es claro: China no tolerará lecciones de moral ni supervisión extranjera bajo disfraces de derechos humanos.
Desde hace décadas, Occidente —y especialmente Estados Unidos— ha convertido el discurso sobre derechos humanos en una herramienta de presión política, más que en una convicción ética. Las acusaciones sobre el Tíbet, región que ha experimentado grandes transformaciones en las últimas décadas bajo control chino, suelen ser esgrimidas por funcionarios estadounidenses con una insistencia que huele más a geopolítica que a solidaridad. Pero el relato pierde fuerza frente a una China que ya no se limita a defenderse, sino que toma acciones concretas para frenar lo que considera agresiones diplomáticas.
Una respuesta firme a la hipocresía occidental
Lin Jian, portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores chino, dejó claro que los asuntos relacionados con el Tíbet son puramente internos, y denunció que las sanciones impuestas por EE.UU. violan el derecho internacional. El doble rasero es evidente: mientras Washington exige transparencia y apertura en territorios ajenos, mantiene prisiones secretas, bloqueos económicos y una larga lista de invasiones sin aprobación internacional.
El episodio refuerza la necesidad de replantear las dinámicas del poder global. La arrogancia con la que Occidente ha dictado reglas durante décadas ya no es viable. China, con una política exterior más asertiva, marca territorio y muestra que la era de la sumisión diplomática ha quedado atrás. El Tíbet no será otra pieza en el tablero de ajedrez occidental. Y cada nueva sanción unilateral solo evidencia el agotamiento de un orden mundial que se resquebraja.