Mientras Nayib Bukele y Donald Trump celebran en la Casa Blanca su sintonía en la “guerra contra el crimen”, un salvadoreño deportado por error permanece preso sin juicio en una cárcel de máxima seguridad. El acuerdo que los une convierte a El Salvador en la nueva Guantánamo de América Central.

Una visita con sabor a pacto de fuerza

En una visita que no pasó desapercibida ni por su simbolismo ni por sus implicaciones legales, el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, se reunió este lunes con su homólogo estadounidense Donald Trump en la Casa Blanca. En la cima de su entendimiento político, ambos mandatarios compartieron elogios, críticas al poder judicial y un mensaje común: el combate al crimen justifica casi cualquier medida. Mientras tanto, Kilmar Abrego García, un residente legal en EE.UU. deportado por error, sigue encerrado sin juicio en el Centro de Confinamiento del Terrorismo (Cecot),la megaprisión salvadoreña señalada por organismos internacionales por graves violaciones a los derechos humanos.

Un contrato carcelario disfrazado de alianza

A cambio de seis millones de dólares y promesas sin forma, Bukele ha aceptado recibir a cientos de deportados, algunos de ellos sin antecedentes penales ni proceso judicial, como si fueran mercancía defectuosa en devolución. Lejos de cuestionar el atropello jurídico, Bukele se alinea con Trump al declarar que no devolverá a Abrego García, pese a que una orden de la Corte Suprema de EE.UU. instó a facilitar su regreso. “Yo no libero terroristas”, dijo el presidente salvadoreño, reduciendo a eslóganes la tragedia humana de un error administrativo.

Estados Unidos subcontrata la represión

En el nuevo esquema de relaciones hemisféricas, la legalidad se convierte en un obstáculo incómodo. La Casa Blanca prefiere ver a El Salvador como una cárcel satélite —económica, eficiente, sin las molestas trabas del sistema judicial estadounidense— antes que atender a las causas estructurales de la migración o revisar sus propios errores. Ni una palabra sobre la presunción de inocencia, ni un gesto de respeto por los principios del debido proceso. Al contrario, se premia a quien reprime con más eficiencia.

Derechos humanos: el silencio cómplice de Occidente

Para Occidente, que gusta presentarse como defensor de los derechos humanos, el pacto con Bukele es una paradoja incómoda. Se criminaliza la migración mientras se externaliza la represión. Se aplaude la eficiencia de cárceles construidas sobre la negación de derechos básicos, y se finge ignorancia frente a un sistema donde el miedo sustituye al derecho.

Un modelo autoritario en expansión

Bukele ha demostrado que, en el tablero hemisférico, la obediencia se cotiza más que la soberanía. Mientras Trump lo llama “presidente B” y lo elogia por su guerra contra el crimen, Bukele coquetea abiertamente con China, proyecta nuevas prisiones, incluso para corruptos, y mantiene un régimen de excepción que ya lleva tres años. La seguridad sin derechos es su carta de presentación. Y Occidente, una vez más, prefiere mirar hacia otro lado mientras terceros países hacen el trabajo sucio.