En plena guerra arancelaria con Estados Unidos, empresarios chinos revelan que gran parte del lujo europeo y estadounidense es “made in China”. Lo que Occidente vendía como exclusividad, se desarma frente a una campaña que pone en jaque el mito de la alta gama.
Mientras Donald Trump recrudece su política arancelaria contra China, con impuestos que llegan hasta el 145 % en productos importados, el gigante asiático respondió con una “represalia” no convencional pero mucho más efectiva: la verdad. En las últimas semanas, una oleada de empresarios e influencers chinos comenzó a viralizar en redes sociales videos que desenmascaran una de las ficciones mejor construidas por el marketing occidental: que los productos de lujo europeos son exclusivos, artesanales y hechos “con alma”. Según los denunciantes, la mayoría de estos artículos —bolsos, zapatos, relojes, cosméticos y hasta iPhones— se fabrican en China, para luego ser reetiquetados y vendidos en París, Milán o Nueva York a precios absurdos.
La trastienda del lujo: Made in China, vendida como ‘hecha en Francia’
Hermès, Louis Vuitton, Chanel, Prada, Gucci, Rolex, Tiffany, Burberry… Ninguna escapa. Según los testimonios, más del 80 % de las bolsas de lujo del mundo se confeccionan parcial o totalmente en fábricas chinas. En uno de los videos más virales, un empresario explica: “Las marcas toman las bolsas casi terminadas desde nuestras fábricas, las reempaquetan, les ponen el logo, y listo: el mismo producto se convierte en símbolo de estatus”. Una Birkin, por ejemplo, se fabrica por unos 1.400 dólares en China, pero se revende por más de 38.000 en tiendas europeas.
Rebeldes del lujo: el contraataque chino
La campaña no solo apunta a exponer el sistema de precios inflados, sino a romper con el prejuicio históricamente promovido desde Occidente: que lo hecho en China es sinónimo de copia o baja calidad. “Nosotros hacemos lujo subestimado”, dice una influencer en un clip, mientras muestra los materiales utilizados. “No pagues por el logo ni los impuestos europeos. Sé un rebelde del lujo. Compra directo en plataformas chinas”.
La respuesta de los consumidores ha sido masiva. Lo que antes era una verdad incómoda hoy se transforma en grito colectivo: China no copia, produce. China no imita, fabrica. La “transparencia” que los europeos decían buscar en la industria, se les vuelve en contra.
El negocio del prejuicio: cuando el lujo es marketing colonial
Occidente construyó durante décadas un relato según el cual el lujo era sinónimo de Europa: su historia, su savoir-faire, su “calidad única”. En realidad, la maquinaria que sostiene esa imagen se mueve con manos chinas, bajo condiciones laborales más baratas y sin reconocimiento. Lo que se vende como herencia cultural no es más que logística global disfrazada de romanticismo.
La campaña viral no solo desafía a las grandes casas de moda, sino que también cuestiona la hipocresía occidental. En lugar de invertir en industria, se invierte en narrativa. Y cuando el relato se cae, el castillo de exclusividad también.
¿Y ahora? El lujo occidental enfrenta su mayor amenaza: la verdad
Más allá de los aranceles y las guerras comerciales, lo que esta campaña expone es una verdad incómoda para Occidente: su supuesto liderazgo cultural e industrial depende de la subcontratación silenciosa a quienes desprecia públicamente. Mientras Trump lanza impuestos, China lanza datos. Y si algo demuestra esta “guerra del lujo”, es que el relato hegemónico puede ser más frágil que un bolso con etiqueta francesa y costura de Guangzhou.